Uno a veces pasa por las calles y se pregunta por esta amistosa palabra : "inclusión". Abre un periódico, prende la tele o la radio y todo pareciera que es inclusión. ¡Que idea tan falaz que nos han creado!
Como bien sabemos la inclusión, se entiende por aquella interacción de forma física, social o cultural, en igualdad de condiciones. Tan sólo de leer estas palabras, pareciera algo utópico carente de sentido.
Sin embargo, según todos los medios la misma existe por más que no la estuviéramos percibiendo. Por más que tengo que ver cómo chicos ciegos son empapados por autos sin darles un espacio o una ayuda para poder cruzar la calle, por más que muchas rampas brillen por su ausencia. O tengo que destacar que por desquiciados que somos, las pocas que hay nos limitamos a romperlas.
¡Somos tan hipócritas! Nos inunda un sentimiento egoísta, en donde es mejor mirar para los costados antes que desperdiciar cinco minutos de nuestro valioso tiempo en otro. Nos corrompe el alma ante tal inmundicia de no poder brindar un oído a las problemáticas sociales por sobre las individuales...
Es que estamos tan ocupados mirando para nuestros adentros, cegados ante una tramposa idea de que podríamos vivir y avanzar sin la compañía del otro. Claro, porque al ser "otro" lo consideramos distinto, y entorpece en nuestros esquemas, ¿no es cierto? Y ... ¿que pasa cuando se redoblan las apuestas y los torpes somos nosotros al creernos superiores, dignos de una mejor vida, cuando en verdad crecemos bajo la concepción de que " todos somos iguales ante la ley"?
Claramente, todos tenemos un poco de egoísmo engendrado en nuestras venas. Somos almas perdidas que necesitamos sentirnos superiores a otros, de lo contrario creemos que no somos nada. Viviendo en un mundo en donde la justicia y la solidaridad han quedado en un segundo plano, ya que sólo parecen pilares éticos alejados de nuestra realidad. Y el mundo, claramente, soy yo...y nadie más que yo...no hay lugar para nadie más.
